El perro me pregunta
y no respondo.
Salta, corre en el campo y me pregunta
sin hablar
y sus ojos
son dos preguntas húmedas,
dos llamas líquidas que me interrogan
y no respondo,
no respondo,
no respondo porque no sé,
no puedo nada.
A campo pleno vamos
hombre y perro.
Brillan las hojas
como si alguien las hubiera besado
una por una,
suben del suelo
todas las naranjas
a establecer pequeños planetarios
en árboles redondos
como la noche, y verdes,
y perro y hombre vamos
oliendo el mundo, sacudiendo el trébol,
por el campo de Chile,
entre los dedos claros de Septiembre.
El perro se detiene,
persigue las abejas,
salta el agua tranquila,
escucha lejanísimos ladridos,
orina una piedra
y me trae la punta de su hocico
a mi, como un regalo.
En su frescura tierna,
la comunicación de su ternura,
y allí me preguntó
con sus dos ojos,
por qué es de día,
por qué vendrá la noche,
por qué la primavera
no trajo en su canasta
nada para perros errantes,
sino flores inútiles,
flores, flores y flores.
Y así pregunta el perro
y no respondo
Vamos
hombre y perro reunidos
por la mañana verde,
por la incitante soledad vacía
en que sólo nosotros
existimos,
esta unidad de perro con rocío
y el poeta del bosque,
porque no existe el pájaro escondido,
ni la secreta flor,
sino trino y aroma
para dos corazones compañeros:
un mundo humedecido
por las destilaciones de la noche,
un túnel verde y luego
una pradera
una ráfaga de aire anaranjado,
el susurro de las raíces,
la vida caminando,
respirando, creciendo,
y la antigua amistad,
la dicha
de ser perro y ser hombre
convertida
en un solo animal
que camina moviendo
seis patas
y una cola
con rocío
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